sábado, 23 de febrero de 2008

Tras bambalinas

La otra mitad

Compartimos con el elenco de “La felicidad” lo que pasa antes, durante y después de la obra. Con ellos también conversamos acerca de las preguntas existenciales que atraviesan la historia.

Por Magalí Sztejn

Encender el motor y agarrar por ilusión. Acompañado por familia, encontrarse con amor. Subir por la montaña de la fantasía, rodearla a gran velocidad para llegar a la cima, a la felicidad. Ese es el camino que de miércoles a domingos recorre el elenco dirigido por Javier Daulte, que se presenta en el Teatro Regina. “Van a trascender límites aberrantes, le van a cambiar completamente la identidad a Sergio, le van a hacer creer una realidad distinta a la que está sucediendo”, así analiza Carlos Portaluppi el funcionamiento de la familia que integra en la trama, como padre del personaje de Gloria Carrá y marido del de Marita Ballesteros. “Es extraño, porque acá se está viviendo una cosa tristísima y genera mucha risa. Eso lo provoca la complicidad del espectador”, completa Luciano Cáceres, quien, en momentos más, será el engañado en esta obra, que fue definida por la crítica especializada como “una comedia de ilusiones”.
Desde el escenario el teatro se ve más amplio y las voces parecen expandirse por cada rincón. Mientras de fondo suena la prueba de sonido, los actores conversan distendidos, sentados en lo que será luego la casa de Rosa. Luciano cuenta que siempre llegan dos horas antes de la función para revisar la utilería y los cambios de vestuario. “La Felicidad” requiere un gran trabajo en equipo. Además de los cinco actores hay muchos ojos mirando que todo salga bien: vestuarista, sonidista, asistente de escenario, iluminador, productora y asistente de dirección. “Hay que ser consciente de dejar las cosas en su lugar, porque un error puede joder al compañero”, dice el joven actor, mientras se mide y prepara la venda que deberá ponerse en un apagón. Repasar algún fragmento de la letra, practicar la coreografía de las espadas, hacer una entrada en calor o, tan sólo, entrar en clima, pueden ser buenos motivos para estar antes en el teatro.
“En los ensayos pasaba –recuerda Marita- que poníamos cosas arriba de las del otro. Paro ahora está todo muy organizado”. Llegaron al estreno con mucho ensayo y cuatro pasadas completas. Y luego, claro, las cosas se fueron aceitando. Hoy cada uno sabe todo lo que debe hacer antes, durante y después de la función. “Nos manejamos bastante a oscuras durante todos los apagones. Entonces, ya sabemos donde están las cosas”, dice Luciano, mientras hace de guía en el recorrido por la escenografía como quien muestra con orgullo su nuevo hogar. Carlos ilumina con una linterna el camino: pasadizos, escaleras, rincones ocultos. Mientras tanto, Marcos Montes se deja convertir en robot por Jimena, la productora, y Valeria, de vestuario, prepara el yogurt que Cáceres tomará cuando su personaje diga que se levantó por un vaso de leche tibia.
¿Qué pasa si alguno se olvida la letra? “Con la letra que Dios te ayude”, responde Gloria que acaba de llegar luego de dos funciones de “Patito Feo”. Saluda a sus compañeros. Y ya están todos. Cada uno en su lugar. “Es esto tu casa Rosa”, pregunta Sergio. La maquinaria empieza a andar. Los actores entran y salen de escena. Los asistentes se mueven por los rincones, los ayudan con los cambios de vestuario y la utilería. Se escucha la respuesta del público en las risas, aquello que Portaluppi definió como “la devolución inmediata que nos orienta”. Luego de dos horas, ya fuera de sus personajes, los actores vuelven a sus camarines. Es el momento del después, en el que cada uno retoma su historia, lo otro que no es la obra. Marita se va muy rápido, mientras Gloria conversa con una amiga. “Fue una función rara –piensa Luciano, en voz alta-, la gente se conectó más con lo dramático”.
Aunque las luces del escenario se apaguen, las preguntas que propone la historia quedan sonando: cuánto tiene que ver la búsqueda de la felicidad con el amor y de qué vale tener a la otra persona atrapada si eso implica encerrarla. “Una frase del libro dice algo así como que con la felicidad sucede lo mismo que con la verdad: no se la tiene, sino que se está en ella”, resume Carlos, y profundiza: “Para poder saber uno que está feliz tendría que salirse de esa envoltura”. Así, en medio de este intento de definir junto a otros cuestiones existenciales, finalmente es Luciano quien consigue unir las partes: “La felicidad como algo general no sé qué es. Pero hacer esta obra con estos compañeros es un momento de felicidad”.

Nota publicada en el Nro 2 de la revista de teatro http://www.mutisxelforo.com.ar/